9 nov 2011

Serás lo que debas ser... y lo anterior también.

El joven príncipe vio cómo masacraban a su padre y hermanos unos minutos antes de que su caballo huyera velozmente del campo de batalla donde fueron atacados por los Bárbaros. Cansado y débil, llegó al palacio. Todo el reino se quebró en llanto al oír el crudo relato del destino que tuvo su noble monarca. El pequeño rey recibió la corona de su padre sin haber descansado ni despedido su recuerdo. Lo empezaron a apurar con las responsabilidades del rey, a decidir sobre impuestos, comida y muertes de criminales. Sólo probó un bocado de su única comida a las seis horas de haber llegado de la batalla. Ese único alimento ingerido fue interrumpido por el jefe de su ejército, que aguardaba sus ordenes. La presión sobre el joven monarca era cada vez mayor. Parecía que nadie entendía que él no estaba preparado. Mientras sus dos hermanos mayores aspiraban a gobernar como su padre, el más pequeño sólo quería ser un niño más. Jugar, divertirse, amar. Amaba a las mujeres. Es más, su fanatismo por las mujeres iba más allá de sus deseos de ser rey. Con pasión les dedicaba un tiempo importante, donde las admiraba, se sumergia en el éxtasis de sus figuras y movimientos hasta terminar casi agotado de tanta energía gastada, sólo de observar a las féminas que paseaban por sus tierras. Su segundo bocado no llegó a destino, ya que un granjero entró velozmente a la sala y, a los gritos, suplicó clemencia. Este hombre había sido condenado a muerte por robar una gallina de los corrales reales. Ante la simpleza y desesperación del hombre y lo insignificante de su aprendímiento, el joven monarca empezó a llenarse de ira. Se vio presionado por este pobre granjero, por el jefe del ejército que aguardaba sus órdenes, por el consejero que esperaba una resolución sobre la suba de impuestos y por el clérigo, quién sostenía en silencio los papiros que contenían el modo de cómo es la ceremonia de sucesión. Su mente empezó perderse entre pensamientos encontrados. Sabía que no podía ser más joven, que tendría que crecer de golpe y afrontar un destino tan cruel como maravilloso para él, ser rey. Las miradas empezaban a penetrar el alma del nuevo monarca. Vio en ellos las miles de mujeres que jamás volverá a disfrutar. La transpiración se impregnaba en la ropa, acompañada por temblores en el cuerpo, principalmente en su mano derecha. Y ahí comprendió. No era más príncipe, era Rey. Y como tal, las cosas serían a su modo. "BASTA!", gritó. Se levantó, miro a todos los presentes, se subió la manga de su temblosa mano derecha. La miró y supo que, por lo menos cuando él quisiera, tendría sus momentos de juventud, escapandole a la realidad de ser el que decide sobre las vidas de miles de personas. "Antes de hacer cualquier cosa, su rey quiere hacerse una paja"

4 nov 2011

Estas igual!

Llegue a las 22. No había nadie ni adentro ni en la calle. De repente viene caminando por el pasillo central del canal un pibe alto, rubio, ojos castaños y ese blanco teta que hace más de 20 años no puede broncear. Sí. Sale Cristian Ruiz. Hace muchos años que no lo veo. Quizás por la vida, por los caminos, por las elecciones. Estaba igual. Con la misma cara de Pelotudo que tenía cuando iba a jugar su casa. Me mira. Lo miro. Me mira. Lo miro. Espero que no me reconozca. Me mira. Me hago el boludo. Me reconoce. Lo acepto. Me saluda. Lo saludo. Me abraza. Lo abrazo. Pide algo en seguridad. Pido que me dejen ir en seguridad. Me habla. Le hablo. Me pregunta "¿todo bien?". Le contesto "todo bien". Le pregunto "¿Vos, todo bien?". Me contesta "todo bien". Los de seguridad le hablan a él. Los de seguridad me ignoran a mi. Me saluda. Lo saludo. Me abraza. Lo abrazo. Se va. Me quedo. No había nadie cuando llegué. Ni adentro del canal ni en la calle. Salvo él. Que se fue como apareció. Con la misma cara de Pelotudo que tenía cuando iba a jugar a su casa.

5 ago 2011

Propiedades devueltas

Gabriela era increíblemente egoísta. Todo era ella y nada más. Sólo hablaba de sí misma, no compartía, no regalaba. Era cleptomana y muy mentirosa.

Una tarde que parecía como las anteriores, Gabriela encuentró una caja de bombones en un escritorio que no era el suyo. Vio que en la oficina no quedaba nadie y, con una destreza adquirida con los años, se escondió la caja entre las ropas y se fue a su casa. Allí, se devoró todos los bombones casi sin masticar y se durmió sin remordimientos.

A la mañana siguiente, Gabriela llegó a la oficina pálida, desmejorada, sudando frío. Vio las risas burlonas de sus compañeros, y entendió que su robo de ayer fue una trampa. Uno a uno fueron entregandole a ella una mirada de satisfacción por su sufrimiento, hasta que cayó de rodillas y empezó a vómitar.

Mientras Gabriela lanzaba chocolates a medio digerir y masticar, las risas se intensificaban. La venganza había sido tomada y la lección aprendida.

De repente, todos dejaron de reír y un silencio incrédulo los invadió. Gabriela había dejado de vómitar, pero estaba juntando todos los restos que estaban en el suelo. Se incorporó, tambaleando. Con un puñado de chocolates en la mano, miró a un compañero que está enfrente de ella, atónito. Gabriela puso los chocolates detrás de su espalda y dijo:

"Qué? no te voy a convidar después eh! Son míos!"

25 jul 2011

La continuidad del trabajo

Mauro trabaja en un call center en Balvanera, cerca de Plaza de Mayo. Camina por Florida, desde Catedral, con aires de depreocupación. Disfruta de los colores, la gente, las bocinas. En Chacabuco 150, apoya la mano en un enorme cristal y ve como el marfil manchado de las columnas terminan en un techo gris, plagado de humedad. El sonido de dedos machacando teclados acompañados por un murmullo automata que obliga a Mauro a querer escapar y presionar mas el cristal. Un nuevo aire inunda el espacio con el quiosco de la esquina desprendiendo risas de chocolates de alumnos yendo a su hogar. El 72 apurándo a una señora coqueta en la esquina de Yrigoyen adorna una catarata de bocinazos que un conductor enojado propina sin notar que el cristal ya lo apuraba a Mauro, y el gesto parco del personal de seguridad acompañaba la molestia inexplicable de una secretaria atrincherada en un escritorio moderno pero apagado que superaba su altura y sus expectativas de progreso. El nombre de cada puesto sobre un paño de pana negro, increíblemente sucio resplandecen en la pared caoba, totalmente resquebrajada por el transito intenso de una calle vital para está ciudad plagada de historias asombrosas, sueños alcanzables, lugares increíbles. Desde el árbol desafiando los edificios a metros de Alsina y Chacabuco hasta el ficus del vecino de enfrente animandose a acariciar cuanto camión perdido pase ante el, todo es aventura. Y Mauro se aferra a un pasamanos que no se detiene y lo encierra en un gelido piso de baldosas antiguas.
El murmullo es mas intenso, los teléfonos no dejan de sonar. Y cuando empuja con fuerza el cristal, decidido a escapar, el hombre de seguridad lo detiene en seco. Su mirada fria penetra sus ojos, sacando al sol que alimentó su esperanza de huir. Poniendo una mano en el hombro de Mauro y separandolo del cristal, le sugiere amenazante:

-"podés dejar de pelotudear con la puerta giratoria?"

4 jul 2011

Tabajo en Blanco

El campesino e historiador Ricardo Martinez decidió realizar su autobiografia a los 81 años. En el capitulo referido a su situacion sentimental detalla que fue rechazado 378 veces por distintas mujeres. Para resumir sus desventuras amorosas, resumió: "lo mio es la paja".

24 jun 2011

Puede fallar

Mercedes revolvió cajones grandes y pequeños.
Era de noche y la esperaban.
Las velas en la habitación no alcanzaban, así que con una linterna buscó debajo de la cama y nada.
Removió los libros de la biblioteca y papeles viejos ayudada por la luz del vecino sobre su ventana. Durante años se quejó de esa lamparita, pero hoy era muy util.
Abrió el placard y la seguian esperando. Con la linterna en la boca, movía velozmente vestidos y camisas.
Le dolian los pies descalzos por culpa de los tacos tirados en el suelo.
Pateó las prendas que recientemente descansaban arrugadas al lado de los zapatos y se tomó la cabeza.
Pensaba, no lo concebía, no terminaba de aceptarlo.
Tembló de frío al acercarse a la puerta y la cerró, para preservar el calor y los ruidos adentro.
El sonido de sabanas le recordaron que la esperaban hacia rato. Se miró en el espejo de su escritorio sonriendo.
Acomodandose el pelo y sin perder la sonrisa, se deslizó lentamente en la cama.
En cuatro patas, como una gata en celo, arqueó la espalda y estiró sus brazos, arañando el acolchado, abriendolo.
Y mientras acaricia su cuerpo desnudo contra otro, le preguntan:


-: ¿Encontraste alguna excusa?


-: No, pero tampoco encontré vaselina.

20 jun 2011

La Evolución de la Involución

A través de los años se ha convivido con un mito, una leyenda urbana que estuvo desde el primer grupo de ser humanos hasta el último grupo de Facebook creado y permanecerá por los siglos de los siglos: El amigo boludo.

Desde el inicio de los tiempos el ser humano intento evolucionar, pero siempre se encontraba con uno de su misma raza que lo tiraba para atrás, que se equivocaba, que no entendía un carajo y preguntaba una y otra vez. Se dice que cuando descubrieron el fuego, al sentir el calor, el boludo del grupo se sentó encima porque tenía frio. El primero que prendió la chispa que empezó todo olvidó cómo lo hizo porque no podía parar de putear al tonto.

Más adelante, el que creó la rueda no pudo mostrárselo a nadie hasta 50 años después, porque su amigo estúpidamente usaba la “primera rueda” para apoyar la pava del mate. Cuando iban a cazar, todos cazaban a los antílopes vestidos de marrón, mientras que el boludo se pintaba de rojo y le gritaba “oleeee”, lo cual enfurecía al animal y hacia que atacara a sus amigos.

En la antigua Grecia, un boludo desde una montaña empezó a tirar piedras hacia abajo… lo que no se dio cuenta es que sus amigos le decían que la corte porque empezaría un derrumbe. Dicho esto, Grecia fue destruida por miles de gigantes rocas que cayeron gracias a un pelotudo que se creía vivo por molestar a hombres vestidos en sabanas.

Roma no fue la excepción. Nerón siempre le tuvo miedo al fuego, hasta que un boludo le dijo: “mira, puedo pasar la mano por la vela y no me quemo”. Nerón lo intentó y su obsesión por desafiar a todos a quien podía aguantar más con la mano en la llama le costó a Roma el mítico Coliseo. Todo por un pelotudo que quería quedar bien con el Emperador.

Se dice que en el descubrimiento de América, los conquistadores y los indios estuvieron en paz hasta que un infradotado se puso a jugar a “póngale la cola al burro” con los ojos vendados y una espada. Asi apuñaló al hijo del Cacique mayor. Matanza y colonización por un disminuido mental desubicado.

Una anécdota en Francia dice que Napoleón anotaba sus estrategias de ataque en un libro blanco que estaba en su escritorio, donde usualmente traía a sus amigos del barrio de LongChamps a jugar al Chin Chon. Parece que un día antes del Día D, su amigo incapacitado mental jugó con su cuaderno a la batalla naval, lo que habría desencadenado la caída del General Bonaparte.

Felipe Pigna contó que San Martin y Bolívar querían pelear juntos todas las batallas, pero luego del encuentro en Guayaquil, un Sargento de nombre Cabral le dijo a San Martin que Bolívar le miraba mucho el cola a Remedios de Escalada. A partir de ahí, los grandes libertadores de América del sur no se hablaron, solo se mandaban mensajes puteandose a través de chasquis. Cabral murió defendiendo a San Martin, por tonto culposo.

Más cerca de nuestra época Sarmiento, cuando fue presidente de la República, decretó que en cada aula de los colegios debía haber un alumno sin capacidades para mantener el balance en la historia en el país y para que todos tuviesen a alguien a quien atacar cuando hay hora libre.

Algunos que empezaron como boludos cambiaron la historia para siempre. Isaac Newton, que recién se dio cuenta de la gravedad cuando se le cayó una manzana en la cabeza y no cuando se tropezó y se bajó dos dientes. Galileo Galilei, que hacia telescopios para espiar a la vecina y terminó peleando con la Iglesia al afirmar que es la Tierra la que se mueve y no el Sol. Benjamín Franklin, que descubrió la conducción de la electricidad cuando le apostó a sus amigos que podía remontar un barrilete en una tormenta eléctrica, en pijamas y una llave en medio de la calle. Sufrió hipotermia, pero ganó la apuesta.

Más moderno sería Bill Gates, que con esa cara no levantaba ni tierra y revolucionó al mundo con las computadoras portátiles. O Jacobo Winogrand, que hace 20 años es un referente de la televisión argentina y su único merito es tener un “chizito” como pene.

Están en todos lados, en todos los grupos de amigos, en el trabajo, en la calle. Lejos de ser una amenaza, son una demostración a la sociedad de que, cuando uno está mal o se siente menos… ellos demuestran que falta mucho para tocar fondo.

28 may 2011

Yo puedo, yo puedo

La mayor cantidad de libros de autoayuda que vendió el gurú del “Sé tu mismo” eran dedicados a verse y aceptarse tal cual es la persona. Hasta que, en una gira por Seul donde presentaba su último libro, lo encontraron muerto en el baño de un hotel.

Se había suicidado luego de verse en el espejo

19 may 2011

El saber no ocupa lugar

Durante años, el pensador Carlos Molinari se había nutrido de tanto conocimiento que va por la vida volcando su sabiduría por cuanto lugar alberga un alma y un oido para escucharlo.
Su alta capacidad de oratoria, analisis y almacenamiento de hechos y protagonistas son legendarios por donde transita. Sus comentarios eran siempre acompañados por una risa cómplice y una afirmación con la cabeza.
Y en medio de sus interminables discursos, al pensador le gusta interactuar con su desprevenido público, lo que la mayoría de las veces provoca que el involuntario receptor de la cátedra diga: "no sé de que carajo me estas hablando".

11 abr 2011

El Cuervo 2011(Homenaje al maestro del terror)

Por más que lo intentaba, Edgar no podía conciliar el sueño. Lo atormentaba su inexplicable necesidad de ella. Toda su presencia estaba lejos de él y no volverá. Leonora.

Una noche como tantas, mientras sumergía su dolor en un vino que hace años dejo su sabor, reposaba su débil cuerpo en un sillón de cuero negro. Iluminado solo por una chimenea de tibias brasas en la inmensidad de su biblioteca, miraba fijamente el retrato de ella. Leonora.

Entre el silencio, Edgar oyó que golpeaban su puerta. Dos veces. Ignorando el llamado en un sorbo más del dulce vino, se hundió más en su sillón. Nuevamente, dos golpes en la puerta. Se preguntó: “¿Leonora?”

Silencio.

No podía entender por qué ella lo había abandonado, así, solo entre fotos color sepia y canciones vertidas al viento. Dos golpes más interrumpieron sus pensamientos. Se apresuró a abrir la puerta y solo vio… nada. La oscuridad estaba tras la puerta. Y se volvió a preguntar: “¿Leonora?”.

De un tímido empujón cerró la puerta y retornó al vino, al sillón, al dolor. Y sin terminar de apoyar su frágil saco de huesos sobre su lugar de descanso volvió a oír el llamado sobre la puerta de su biblioteca. Corrió hacia ella, la abrió y con los brazos abiertos gritó: “Leonora!”.

Y la oscuridad le devolvió silencio.

De repente, de entre las sombras, un cuervo negro sobrevoló la cabeza de Edgar y se apoyó sobre el marco de la puerta. Y lo miró fijamente. Con los ojos clavados en el corazón exaltado de Edgar dijo, en un tono muy villero: “Por qué no la twiteas?”

Edgar no salía de su asombro. Su palidez se acentuaba, sus manos temblaban, su mente creyó delirar. “Quien eres, cuervo? Acaso Eleonora te ha enviado?”, preguntó temeroso Edgar, recostándose en el sillón de cuero negro, sin apartar la vista del ave. Está contestó, en un tono muy cabeza: “Por qué no la twiteas?”

“Como puedes preguntarme eso? Yo solo tengo Facebook”, se lamento Edgar, recordando la voz de su Leonora diciéndole que algún día la red social no funcionaría y solo quedaría comunicarse como antes, la forma más romántica: los pájaros mensajeros. Ese día ella partió para no volver, esa noche él brindó con el terrible destino de su amada. Esta noche él brindaba con un cuervo negro que apuñalaba su rostro y le decía, en un tono muy de caco: “Por qué no la twiteas?”

De un pequeño salto, el cuervo se posó sobre el cuadro de Leonora, lo que hizo que la locura se apoderase de Edgar, quien arrodillado en el suelo y con las manos al cielo imploraba:

“Leonora, amor. Tu sabes que 140 caracteres no alcanzan para demostrar mi devoción hacia ti. No me puedes pedir eso”.

Y mientras Edgar sumergía su cara entre sus largos y blancos dedos, el cuervo permanecía inmóvil sobre el retrato de Leonora… diciendo:

“Por qué no la twiteas?”

3 abr 2011

El teléfono publico no sólo salva vidas, corta distancia, apaga incendios

Maxi pasa todos los días por Lavalle y Junín camino a la facultad. Atraviesa el puesto de diarios, donde lee los titulares sólo para saber qué pasa, pero no involucrarse mucho. Mira las vidrieras, el locutorio de Vicente y siempre se para en Junín y Viamonte al lado de un teléfono público a esperar que el semáforo se ponga en verde. Lo mira, relee todos los volantes que allí pegan y cruza.

A sus 18 años, ignora muchas cosas. Pero solo porque no las vivió. Entre ellas está el sexo. No sabe ingles, no sabe manejar, jamás se emborrachó. Sin embargo la que más le molesta y más dudas le da es no haber tenido sexo todavía. Claro está que nadie lo sabe, porque se encarga de inventar historias con respecto a conquistas fugaces, a diálogos con extranjeros, a viajes con el auto de su padre. Le da mucha vergüenza ignorar todo eso, pero tampoco hace nada.
Un día como todos, su rutina lo llevó a la esquina de siempre en el teléfono público de siempre. Lo miraba fijo. Estaba como abstraído con toda la información que allí había. Tenía la solución a dejar de mentir tan descaradamente a pocos metros. Sólo tenía que estirar la mano. Espero a que todos crucen y de un tirón tomó un volante y caminó apurado al subte.

Entró y se sentó lo más lejos posible de la gente. Todavía lo estaba estrujando en su mano transpirada. La abrió y sonrió. “Ya está”, pensó. Sus pensamientos se relajaron, ya no tendría que mantener mentiras ni nombres de personas que no existen. La liberación de un mundo ficticio hacia la sinceridad estaba en su mano. Guardó el volante y, sonriendo, siguió el viaje a su casa.

Espero a que su madre se fuera para el momento justo del llamado. Solo, en su dormitorio, miraba el papel y el teléfono. Dudaba, se avergonzaba y volvía a convencerse que tenía que terminar con esto, que no podía seguir siendo un ignorante. Maxi marcó el número de teléfono y apenas escucho la voz de una mujer cortó. Nervioso, se rió de sí mismo y volvió a marcar, pero debió cortar porque tocaron el timbre de su casa. Bajó a abrirle la puerta a su amigo Sebastián, quien sin mayores preámbulos se metió en su cuarto a prender la Play. Maxi fue a la cocina a buscar algo para tomar cuando se da cuenta que había olvidado el volante en su cama.
Corriendo, entró al cuarto y lo ve a Sebastián mirando el papel con el número de teléfono que tanto le había costado conseguir.

-“¿que es esto?”, pregunto Sebastián

-“nada, una boludez”, dijo tímidamente Maxi

-“Para… significa que todo lo que me contaste es mentira? Todas las historias, las anécdotas?”

-“bueno… si”, sollozaba Maxi

- “Pero, ¿cómo no me vas a contar a mí, tu mejor amigo, que no sabes hablar ingles?”

22 ene 2011

X esta en una relación complicada con Y

La conoció en una feria del libro, en la Sala Cortazar de la Rural. Comentaron la capacidad de Woody Allen de ser un judío simpático y la necesidad del humor absurdo en toda conversación sobre la muerte. Hubo una sonrisa que permitió volver a tirar los dados y avanzar. Lucas, campeón municipal de las indirectas, le pidió el nombre y mail. Julia, organizadora de olimpiadas para extrovertidos, otorgó su nombre, mail y twitter. Se alejó dejando un beso inesperado sobre la mejilla izquierda inesperado en Lucas y él, tomó los datos, los dados y se fue a preparar el tablero en su casa para seguir jugando.

La agregó al MSN y Facebook. Y ahí arrancaron. El juego avanzaba día a día, con horas y horas de navegación en la Web. Hablaban, se mandaban fotos, se consultaban cosas, se hacían indispensables. Diariamente, transitaban cuesta arriba una relación que se afianzaba a modo de zumbidos y emoticones.

Lucas hacia meses que había terminado una relación con Clara, su novia de tantos años que no recuerda. Julia luchaba contra el amor de un ser perverso, que la hostigaba y trataba de dominar. No por sufrir lo dejaba de amar… por lo menos eso creía sentir . Ambos encontraron en esta lúdica forma de tratarse un resguardo que crecía paso a paso.

Pero todo era virtual.

Los dados dieron doble seis y llegó al casillero de la primera salida, después de haber pasado por los casilleros “dame tu número de celular” y “madrugadas de chat”.Se volvieron a ver y eran más lindos de carne y hueso(según ellos). Comieron y hablaron muy poco, ya que parecía que todo estaba dicho… aun así, lo intentaron.

El tablero mostraba dos fichas que se acercaban a la meta. No hubo besos, si abrazos. No hubo caricias, si mimos al alma. El camino al final del juego se transitó hablando, mucho. Era como que tenían que conocerse mucho antes de dar un paso mas adelante, antes de ganarse la carta de inmunidad y correr al último casillero, al cuerpo del otro, a expresar eso que virtualmente se dijeron.

El era blanco con poco pelo, un cuerpo marcado por una gimnasia de hace algunos años y ojos marrones profundos. Su mirada a veces cautivaba, a veces no. Julia era de las chicas que llama la atención al caminar. Pero no por tener un cuerpo exuberante, sino por un magnetismo propio de alguien que sabe lo que quiere, cuando lo quiere y en que parte de la casa lo quiere. Ambos se confesaron amantes del sexo ocasional, de matarse, de durar por horas. Pero lo cierto es que Julia siempre lo hace con la remera puesta para que no se le escape el corazón con cualquiera. Y Lucas decía la verdad, debido a técnicas adquiridas con el tiempo.

Una tarde de un marzo demasiado caluroso tiraron los dados por última vez y ambos, bajo un árbol de la Plaza Irlanda, se fundieron en un beso tan pasional como largo. El que esperaron, el que imaginaron, el que sintieron. Se mordieron, se apretaron, se metieron mano. Resultaron heridos, si, pero en caliente no se siente nada. Julia lo apretaba de la cintura, Lucas deseaba tener mas manos para agarrarla de atrás, las tetas de 90 y tomarla del cuello para tenerla mas cerca.

Las lenguas peleaban, los labios dolían, los cuerpos pedían guerras con manos como armas atacando todo territorio adversario. Lucas ya no entraba en su ropa y Julia se sentía inundada por el deseo. Sin soltarse, fueron hasta la cama de ella, no muy lejos de ahí. El calor era insoportable pero se agarraban tanto en el ascensor que desde ahí empezaron a arrancarse la ropa. Entraron, se tropezaron, rieron, cayeron en un sillón blanco. Lucas ya se había sacado todo menos el bóxer y las medias, pero en eso estaba. Ella tuvo dos segundos de claridad. Vio con qué ternura se sacaba las medias marrones que no lo dudó. Le levantó la cara, mostrándole la delicadeza con la que se sacaba su remera, dejando su corazón expectante y a Lucas saciando su hambre en su pecho.

La levantó y ella lo abrazó con las piernas. Se arrojaron a la cama, jadeando. Y entre gemidos, caricias y roces, Lucas siente un escalofrío por todo su cuerpo. Se separa de ella de un salto, con la cara desfigurada.

Julia: Qué pasa?

Lucas: Me olvidé el Viagra

2 ene 2011

El chancho tiene ganas de comer

… Y me pidió que me vaya, que no insista. Le dije que no, que no podía. Sin mirarme a los ojos, abrió la puerta con la seguridad de elegir lo correcto. Mis suspiros no lograron convencerla esta vez. Mientras miraba al florero de la mesa marrón con el ceño fruncido y respirando odio, me aguardaba

firme junto al portal. La mire una vez más, esperando que algún sentimiento la haga cambiar de opinión. Pero no. Nada en su ser estaba de mi lado.


Y salí.


…Y cuando ya estaba lejos de su alcance, lejos de oírla, casi en la esquina de su casa, apareció agitada sobre mi espalda. Me sonrió y sólo con eso me hizo olvidar las 48 horas de discusiones que tuvimos. Abrazándome y con el pecho agitado, me dijo al oído que me amaba y que nunca me iba a dejar ir. La tomé del rostro y la besé tiernamente una vez. Cuando una lágrima empezó a caer por su mejilla y su boca comenzaba a sonreír, sólo atine a decir:


“Que histérica de mierda que sos”


Y ella, lejos de enojarse, replicó sin dejar de sonreír:


“Pero igual siempre te quedas acá, ¿Viste?”