Maxi pasa todos los días por Lavalle y Junín camino a la facultad. Atraviesa el puesto de diarios, donde lee los titulares sólo para saber qué pasa, pero no involucrarse mucho. Mira las vidrieras, el locutorio de Vicente y siempre se para en Junín y Viamonte al lado de un teléfono público a esperar que el semáforo se ponga en verde. Lo mira, relee todos los volantes que allí pegan y cruza.
A sus 18 años, ignora muchas cosas. Pero solo porque no las vivió. Entre ellas está el sexo. No sabe ingles, no sabe manejar, jamás se emborrachó. Sin embargo la que más le molesta y más dudas le da es no haber tenido sexo todavía. Claro está que nadie lo sabe, porque se encarga de inventar historias con respecto a conquistas fugaces, a diálogos con extranjeros, a viajes con el auto de su padre. Le da mucha vergüenza ignorar todo eso, pero tampoco hace nada.
Un día como todos, su rutina lo llevó a la esquina de siempre en el teléfono público de siempre. Lo miraba fijo. Estaba como abstraído con toda la información que allí había. Tenía la solución a dejar de mentir tan descaradamente a pocos metros. Sólo tenía que estirar la mano. Espero a que todos crucen y de un tirón tomó un volante y caminó apurado al subte.
Entró y se sentó lo más lejos posible de la gente. Todavía lo estaba estrujando en su mano transpirada. La abrió y sonrió. “Ya está”, pensó. Sus pensamientos se relajaron, ya no tendría que mantener mentiras ni nombres de personas que no existen. La liberación de un mundo ficticio hacia la sinceridad estaba en su mano. Guardó el volante y, sonriendo, siguió el viaje a su casa.
Espero a que su madre se fuera para el momento justo del llamado. Solo, en su dormitorio, miraba el papel y el teléfono. Dudaba, se avergonzaba y volvía a convencerse que tenía que terminar con esto, que no podía seguir siendo un ignorante. Maxi marcó el número de teléfono y apenas escucho la voz de una mujer cortó. Nervioso, se rió de sí mismo y volvió a marcar, pero debió cortar porque tocaron el timbre de su casa. Bajó a abrirle la puerta a su amigo Sebastián, quien sin mayores preámbulos se metió en su cuarto a prender la Play. Maxi fue a la cocina a buscar algo para tomar cuando se da cuenta que había olvidado el volante en su cama.
Corriendo, entró al cuarto y lo ve a Sebastián mirando el papel con el número de teléfono que tanto le había costado conseguir.
-“¿que es esto?”, pregunto Sebastián
-“nada, una boludez”, dijo tímidamente Maxi
-“Para… significa que todo lo que me contaste es mentira? Todas las historias, las anécdotas?”
-“bueno… si”, sollozaba Maxi
- “Pero, ¿cómo no me vas a contar a mí, tu mejor amigo, que no sabes hablar ingles?”
Muy pero muy bien...digo...muy bueno, te juro no me esperaba ese final, me sorprendio y me hizo estrujarme de la risa, no es solo para entendidos, esta muy bueno, que buen relato y que buen final, me imagine muchos mientras leia menos este. Ojala hayan muchos mas, hay tantas historias por ahi a las cuales le podes poner tu humor y convertirlas en leyendas.
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