Por más que lo intentaba, Edgar no podía conciliar el sueño. Lo atormentaba su inexplicable necesidad de ella. Toda su presencia estaba lejos de él y no volverá. Leonora.
Una noche como tantas, mientras sumergía su dolor en un vino que hace años dejo su sabor, reposaba su débil cuerpo en un sillón de cuero negro. Iluminado solo por una chimenea de tibias brasas en la inmensidad de su biblioteca, miraba fijamente el retrato de ella. Leonora.
Entre el silencio, Edgar oyó que golpeaban su puerta. Dos veces. Ignorando el llamado en un sorbo más del dulce vino, se hundió más en su sillón. Nuevamente, dos golpes en la puerta. Se preguntó: “¿Leonora?”
Silencio.
No podía entender por qué ella lo había abandonado, así, solo entre fotos color sepia y canciones vertidas al viento. Dos golpes más interrumpieron sus pensamientos. Se apresuró a abrir la puerta y solo vio… nada. La oscuridad estaba tras la puerta. Y se volvió a preguntar: “¿Leonora?”.
De un tímido empujón cerró la puerta y retornó al vino, al sillón, al dolor. Y sin terminar de apoyar su frágil saco de huesos sobre su lugar de descanso volvió a oír el llamado sobre la puerta de su biblioteca. Corrió hacia ella, la abrió y con los brazos abiertos gritó: “Leonora!”.
Y la oscuridad le devolvió silencio.
De repente, de entre las sombras, un cuervo negro sobrevoló la cabeza de Edgar y se apoyó sobre el marco de la puerta. Y lo miró fijamente. Con los ojos clavados en el corazón exaltado de Edgar dijo, en un tono muy villero: “Por qué no la twiteas?”
Edgar no salía de su asombro. Su palidez se acentuaba, sus manos temblaban, su mente creyó delirar. “Quien eres, cuervo? Acaso Eleonora te ha enviado?”, preguntó temeroso Edgar, recostándose en el sillón de cuero negro, sin apartar la vista del ave. Está contestó, en un tono muy cabeza: “Por qué no la twiteas?”
“Como puedes preguntarme eso? Yo solo tengo Facebook”, se lamento Edgar, recordando la voz de su Leonora diciéndole que algún día la red social no funcionaría y solo quedaría comunicarse como antes, la forma más romántica: los pájaros mensajeros. Ese día ella partió para no volver, esa noche él brindó con el terrible destino de su amada. Esta noche él brindaba con un cuervo negro que apuñalaba su rostro y le decía, en un tono muy de caco: “Por qué no la twiteas?”
De un pequeño salto, el cuervo se posó sobre el cuadro de Leonora, lo que hizo que la locura se apoderase de Edgar, quien arrodillado en el suelo y con las manos al cielo imploraba:
“Leonora, amor. Tu sabes que 140 caracteres no alcanzan para demostrar mi devoción hacia ti. No me puedes pedir eso”.
Y mientras Edgar sumergía su cara entre sus largos y blancos dedos, el cuervo permanecía inmóvil sobre el retrato de Leonora… diciendo:
“Por qué no la twiteas?”
Definitivamente... estas loco.
ResponderEliminarEn el párrafo: "De repente, de entre las sombras, un cuervo negro sobrevoló la cabeza de Edgar y se apoyó sobre el marco de la puerta. Y lo miró fijamente. Y con los ojos clavados en el corazón exaltado de Edgar dijo: “Por qué no la twiteas?”"
Me parece que quedaria mejor: (...) y se apoyó sobre el marco de la puerta. Lo miró fijamente, y con vos los ojos clavados en el corazón exaltado de Edgar dijo (...)
Porque sino suena repetitivo. Opinión vaga de un lector empedernido.
Me gustó.
perdón, con los ojos clavados...
ResponderEliminar