11 abr 2011

El Cuervo 2011(Homenaje al maestro del terror)

Por más que lo intentaba, Edgar no podía conciliar el sueño. Lo atormentaba su inexplicable necesidad de ella. Toda su presencia estaba lejos de él y no volverá. Leonora.

Una noche como tantas, mientras sumergía su dolor en un vino que hace años dejo su sabor, reposaba su débil cuerpo en un sillón de cuero negro. Iluminado solo por una chimenea de tibias brasas en la inmensidad de su biblioteca, miraba fijamente el retrato de ella. Leonora.

Entre el silencio, Edgar oyó que golpeaban su puerta. Dos veces. Ignorando el llamado en un sorbo más del dulce vino, se hundió más en su sillón. Nuevamente, dos golpes en la puerta. Se preguntó: “¿Leonora?”

Silencio.

No podía entender por qué ella lo había abandonado, así, solo entre fotos color sepia y canciones vertidas al viento. Dos golpes más interrumpieron sus pensamientos. Se apresuró a abrir la puerta y solo vio… nada. La oscuridad estaba tras la puerta. Y se volvió a preguntar: “¿Leonora?”.

De un tímido empujón cerró la puerta y retornó al vino, al sillón, al dolor. Y sin terminar de apoyar su frágil saco de huesos sobre su lugar de descanso volvió a oír el llamado sobre la puerta de su biblioteca. Corrió hacia ella, la abrió y con los brazos abiertos gritó: “Leonora!”.

Y la oscuridad le devolvió silencio.

De repente, de entre las sombras, un cuervo negro sobrevoló la cabeza de Edgar y se apoyó sobre el marco de la puerta. Y lo miró fijamente. Con los ojos clavados en el corazón exaltado de Edgar dijo, en un tono muy villero: “Por qué no la twiteas?”

Edgar no salía de su asombro. Su palidez se acentuaba, sus manos temblaban, su mente creyó delirar. “Quien eres, cuervo? Acaso Eleonora te ha enviado?”, preguntó temeroso Edgar, recostándose en el sillón de cuero negro, sin apartar la vista del ave. Está contestó, en un tono muy cabeza: “Por qué no la twiteas?”

“Como puedes preguntarme eso? Yo solo tengo Facebook”, se lamento Edgar, recordando la voz de su Leonora diciéndole que algún día la red social no funcionaría y solo quedaría comunicarse como antes, la forma más romántica: los pájaros mensajeros. Ese día ella partió para no volver, esa noche él brindó con el terrible destino de su amada. Esta noche él brindaba con un cuervo negro que apuñalaba su rostro y le decía, en un tono muy de caco: “Por qué no la twiteas?”

De un pequeño salto, el cuervo se posó sobre el cuadro de Leonora, lo que hizo que la locura se apoderase de Edgar, quien arrodillado en el suelo y con las manos al cielo imploraba:

“Leonora, amor. Tu sabes que 140 caracteres no alcanzan para demostrar mi devoción hacia ti. No me puedes pedir eso”.

Y mientras Edgar sumergía su cara entre sus largos y blancos dedos, el cuervo permanecía inmóvil sobre el retrato de Leonora… diciendo:

“Por qué no la twiteas?”

3 abr 2011

El teléfono publico no sólo salva vidas, corta distancia, apaga incendios

Maxi pasa todos los días por Lavalle y Junín camino a la facultad. Atraviesa el puesto de diarios, donde lee los titulares sólo para saber qué pasa, pero no involucrarse mucho. Mira las vidrieras, el locutorio de Vicente y siempre se para en Junín y Viamonte al lado de un teléfono público a esperar que el semáforo se ponga en verde. Lo mira, relee todos los volantes que allí pegan y cruza.

A sus 18 años, ignora muchas cosas. Pero solo porque no las vivió. Entre ellas está el sexo. No sabe ingles, no sabe manejar, jamás se emborrachó. Sin embargo la que más le molesta y más dudas le da es no haber tenido sexo todavía. Claro está que nadie lo sabe, porque se encarga de inventar historias con respecto a conquistas fugaces, a diálogos con extranjeros, a viajes con el auto de su padre. Le da mucha vergüenza ignorar todo eso, pero tampoco hace nada.
Un día como todos, su rutina lo llevó a la esquina de siempre en el teléfono público de siempre. Lo miraba fijo. Estaba como abstraído con toda la información que allí había. Tenía la solución a dejar de mentir tan descaradamente a pocos metros. Sólo tenía que estirar la mano. Espero a que todos crucen y de un tirón tomó un volante y caminó apurado al subte.

Entró y se sentó lo más lejos posible de la gente. Todavía lo estaba estrujando en su mano transpirada. La abrió y sonrió. “Ya está”, pensó. Sus pensamientos se relajaron, ya no tendría que mantener mentiras ni nombres de personas que no existen. La liberación de un mundo ficticio hacia la sinceridad estaba en su mano. Guardó el volante y, sonriendo, siguió el viaje a su casa.

Espero a que su madre se fuera para el momento justo del llamado. Solo, en su dormitorio, miraba el papel y el teléfono. Dudaba, se avergonzaba y volvía a convencerse que tenía que terminar con esto, que no podía seguir siendo un ignorante. Maxi marcó el número de teléfono y apenas escucho la voz de una mujer cortó. Nervioso, se rió de sí mismo y volvió a marcar, pero debió cortar porque tocaron el timbre de su casa. Bajó a abrirle la puerta a su amigo Sebastián, quien sin mayores preámbulos se metió en su cuarto a prender la Play. Maxi fue a la cocina a buscar algo para tomar cuando se da cuenta que había olvidado el volante en su cama.
Corriendo, entró al cuarto y lo ve a Sebastián mirando el papel con el número de teléfono que tanto le había costado conseguir.

-“¿que es esto?”, pregunto Sebastián

-“nada, una boludez”, dijo tímidamente Maxi

-“Para… significa que todo lo que me contaste es mentira? Todas las historias, las anécdotas?”

-“bueno… si”, sollozaba Maxi

- “Pero, ¿cómo no me vas a contar a mí, tu mejor amigo, que no sabes hablar ingles?”