Mercedes revolvió cajones grandes y pequeños.
Era de noche y la esperaban.
Las velas en la habitación no alcanzaban, así que con una linterna buscó debajo de la cama y nada.
Removió los libros de la biblioteca y papeles viejos ayudada por la luz del vecino sobre su ventana. Durante años se quejó de esa lamparita, pero hoy era muy util.
Abrió el placard y la seguian esperando. Con la linterna en la boca, movía velozmente vestidos y camisas.
Le dolian los pies descalzos por culpa de los tacos tirados en el suelo.
Pateó las prendas que recientemente descansaban arrugadas al lado de los zapatos y se tomó la cabeza.
Pensaba, no lo concebía, no terminaba de aceptarlo.
Tembló de frío al acercarse a la puerta y la cerró, para preservar el calor y los ruidos adentro.
El sonido de sabanas le recordaron que la esperaban hacia rato. Se miró en el espejo de su escritorio sonriendo.
Acomodandose el pelo y sin perder la sonrisa, se deslizó lentamente en la cama.
En cuatro patas, como una gata en celo, arqueó la espalda y estiró sus brazos, arañando el acolchado, abriendolo.
Y mientras acaricia su cuerpo desnudo contra otro, le preguntan:
-: ¿Encontraste alguna excusa?
-: No, pero tampoco encontré vaselina.
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Y ahora... que?