A través de los años se ha convivido con un mito, una leyenda urbana que estuvo desde el primer grupo de ser humanos hasta el último grupo de Facebook creado y permanecerá por los siglos de los siglos: El amigo boludo.
Desde el inicio de los tiempos el ser humano intento evolucionar, pero siempre se encontraba con uno de su misma raza que lo tiraba para atrás, que se equivocaba, que no entendía un carajo y preguntaba una y otra vez. Se dice que cuando descubrieron el fuego, al sentir el calor, el boludo del grupo se sentó encima porque tenía frio. El primero que prendió la chispa que empezó todo olvidó cómo lo hizo porque no podía parar de putear al tonto.
Más adelante, el que creó la rueda no pudo mostrárselo a nadie hasta 50 años después, porque su amigo estúpidamente usaba la “primera rueda” para apoyar la pava del mate. Cuando iban a cazar, todos cazaban a los antílopes vestidos de marrón, mientras que el boludo se pintaba de rojo y le gritaba “oleeee”, lo cual enfurecía al animal y hacia que atacara a sus amigos.
En la antigua Grecia, un boludo desde una montaña empezó a tirar piedras hacia abajo… lo que no se dio cuenta es que sus amigos le decían que la corte porque empezaría un derrumbe. Dicho esto, Grecia fue destruida por miles de gigantes rocas que cayeron gracias a un pelotudo que se creía vivo por molestar a hombres vestidos en sabanas.
Roma no fue la excepción. Nerón siempre le tuvo miedo al fuego, hasta que un boludo le dijo: “mira, puedo pasar la mano por la vela y no me quemo”. Nerón lo intentó y su obsesión por desafiar a todos a quien podía aguantar más con la mano en la llama le costó a Roma el mítico Coliseo. Todo por un pelotudo que quería quedar bien con el Emperador.
Se dice que en el descubrimiento de América, los conquistadores y los indios estuvieron en paz hasta que un infradotado se puso a jugar a “póngale la cola al burro” con los ojos vendados y una espada. Asi apuñaló al hijo del Cacique mayor. Matanza y colonización por un disminuido mental desubicado.
Una anécdota en Francia dice que Napoleón anotaba sus estrategias de ataque en un libro blanco que estaba en su escritorio, donde usualmente traía a sus amigos del barrio de LongChamps a jugar al Chin Chon. Parece que un día antes del Día D, su amigo incapacitado mental jugó con su cuaderno a la batalla naval, lo que habría desencadenado la caída del General Bonaparte.
Felipe Pigna contó que San Martin y Bolívar querían pelear juntos todas las batallas, pero luego del encuentro en Guayaquil, un Sargento de nombre Cabral le dijo a San Martin que Bolívar le miraba mucho el cola a Remedios de Escalada. A partir de ahí, los grandes libertadores de América del sur no se hablaron, solo se mandaban mensajes puteandose a través de chasquis. Cabral murió defendiendo a San Martin, por tonto culposo.
Más cerca de nuestra época Sarmiento, cuando fue presidente de la República, decretó que en cada aula de los colegios debía haber un alumno sin capacidades para mantener el balance en la historia en el país y para que todos tuviesen a alguien a quien atacar cuando hay hora libre.
Algunos que empezaron como boludos cambiaron la historia para siempre. Isaac Newton, que recién se dio cuenta de la gravedad cuando se le cayó una manzana en la cabeza y no cuando se tropezó y se bajó dos dientes. Galileo Galilei, que hacia telescopios para espiar a la vecina y terminó peleando con la Iglesia al afirmar que es la Tierra la que se mueve y no el Sol. Benjamín Franklin, que descubrió la conducción de la electricidad cuando le apostó a sus amigos que podía remontar un barrilete en una tormenta eléctrica, en pijamas y una llave en medio de la calle. Sufrió hipotermia, pero ganó la apuesta.
Más moderno sería Bill Gates, que con esa cara no levantaba ni tierra y revolucionó al mundo con las computadoras portátiles. O Jacobo Winogrand, que hace 20 años es un referente de la televisión argentina y su único merito es tener un “chizito” como pene.
Están en todos lados, en todos los grupos de amigos, en el trabajo, en la calle. Lejos de ser una amenaza, son una demostración a la sociedad de que, cuando uno está mal o se siente menos… ellos demuestran que falta mucho para tocar fondo.
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