… Y me pidió que me vaya, que no insista. Le dije que no, que no podía. Sin mirarme a los ojos, abrió la puerta con la seguridad de elegir lo correcto. Mis suspiros no lograron convencerla esta vez. Mientras miraba al florero de la mesa marrón con el ceño fruncido y respirando odio, me aguardaba
firme junto al portal. La mire una vez más, esperando que algún sentimiento la haga cambiar de opinión. Pero no. Nada en su ser estaba de mi lado.
Y salí.
…Y cuando ya estaba lejos de su alcance, lejos de oírla, casi en la esquina de su casa, apareció agitada sobre mi espalda. Me sonrió y sólo con eso me hizo olvidar las 48 horas de discusiones que tuvimos. Abrazándome y con el pecho agitado, me dijo al oído que me amaba y que nunca me iba a dejar ir. La tomé del rostro y la besé tiernamente una vez. Cuando una lágrima empezó a caer por su mejilla y su boca comenzaba a sonreír, sólo atine a decir:
“Que histérica de mierda que sos”
Y ella, lejos de enojarse, replicó sin dejar de sonreír:
“Pero igual siempre te quedas acá, ¿Viste?”
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