Mauro trabaja en un call center en Balvanera, cerca de Plaza de Mayo. Camina por Florida, desde Catedral, con aires de depreocupación. Disfruta de los colores, la gente, las bocinas. En Chacabuco 150, apoya la mano en un enorme cristal y ve como el marfil manchado de las columnas terminan en un techo gris, plagado de humedad. El sonido de dedos machacando teclados acompañados por un murmullo automata que obliga a Mauro a querer escapar y presionar mas el cristal. Un nuevo aire inunda el espacio con el quiosco de la esquina desprendiendo risas de chocolates de alumnos yendo a su hogar. El 72 apurándo a una señora coqueta en la esquina de Yrigoyen adorna una catarata de bocinazos que un conductor enojado propina sin notar que el cristal ya lo apuraba a Mauro, y el gesto parco del personal de seguridad acompañaba la molestia inexplicable de una secretaria atrincherada en un escritorio moderno pero apagado que superaba su altura y sus expectativas de progreso. El nombre de cada puesto sobre un paño de pana negro, increíblemente sucio resplandecen en la pared caoba, totalmente resquebrajada por el transito intenso de una calle vital para está ciudad plagada de historias asombrosas, sueños alcanzables, lugares increíbles. Desde el árbol desafiando los edificios a metros de Alsina y Chacabuco hasta el ficus del vecino de enfrente animandose a acariciar cuanto camión perdido pase ante el, todo es aventura. Y Mauro se aferra a un pasamanos que no se detiene y lo encierra en un gelido piso de baldosas antiguas.
El murmullo es mas intenso, los teléfonos no dejan de sonar. Y cuando empuja con fuerza el cristal, decidido a escapar, el hombre de seguridad lo detiene en seco. Su mirada fria penetra sus ojos, sacando al sol que alimentó su esperanza de huir. Poniendo una mano en el hombro de Mauro y separandolo del cristal, le sugiere amenazante:
-"podés dejar de pelotudear con la puerta giratoria?"
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