10 nov 2010

Oye mi canto

Leo se enamoró en una estación de tren. Así de simple fue, hace como 4 años.

No era un chico fácil de impresionar, ya tenía bastante con su padre ausente y su madre completamente desquiciada, bipolar y soltera. O sea, siempre pensó que no iba a buscar afuera lo que tenía en su casa. Y lo encontró, entre tanta gente del vagón 3. Lo encontró en la morocha de mirada cansada y sonrisa permanente. Sólo con verla subir en Urquiza, Leo ya estaba hecho por el resto del día. Estudiaba sus movimientos, conocía sus manías, recorría junto al viento todo su cuerpo. No era lo que culturalmente se dice “una chica hermosa”, pero para él sí. Era LA mujer.

Ella tenía un estilo simplista en su forma de vestir. Sólo remeras y jeans. Alternaba zapatillas con sandalias y nunca tenía desarreglado ni el flequillo ni su pelo ondulado que cubría la mitad de su espalda. Infaltable, el celular conectado al oído. Después de tanto tiempo, Leo supo que se llamaba Gisela, que estudiaba Ciencias Económicas y que trabajaba en el INDEC, haciendo una pasantía. Pero nada de esta información la obtuvo hablando con ella, sino que la escuchó o leyó cuando se le acercaba en el tren o cuando se ponía a su lado cuando caminaban por la calle Florida.

Leo trabaja en un call center sobre Chacabuco y Alsina, a la vuelta del lugar de tareas de Gise (Como él le decía). Es flaco, alto y de ojos marrones, casi arrastra los brazos al andar. Nunca tuvo problemas con las mujeres, ya que no intentó tenerlos por miedo al rechazo. Tiene amigas, bastantes, pero no pasan de esa categoría. Y no lo harán, pero no por decisión de él.

Su psicólogo se había cansado de sugerirle un acercamiento real con su adorada extraña. Fue el quinto con el mismo discurso. Ahí Leo repensó la situación. “No me va a hacer nada acercarme, hablarle. Al fin y al cabo, nos vemos de lunes a viernes en el mismo lugar a la misma hora. Se va a dar cuenta que no soy un loco. Sí, me voy a acercar y decirle algo. Hoy es el día”.

Su mejor camisa acompañó al jean Levis que tan bien le quedaban con la sonrisa y las zapatillas limpias. Desayuno liviano para que los nervios no le coman el estomago. Caminó hasta la estación de San Martin casi completamente feliz, excepto por las pequeñas nubes que se formaban. “No importa, hoy es el día”.

El tren llegó a Urquiza y el corazón empezó a galopar. Gisela entra esbozando una sonrisa acomodándose el auricular en el oído, lo mira fugazmente y se acomoda en la puerta. Leo, que ya no veía a nadie más, acomoda violentamente a las personas que entraban a los empujones mientras se acerca a ella. La tiene ahí, al lado. Olió su perfume, analizandoló. “Flower, by Kenzo”. Carísimo, pero excelente. Su piel la sintió más suave, aun sin tocarla. “Debería comprarse otra mochila, esta no va más”, pensó.

Y ahí, mientras la oscuridad empieza a llenar al tren, como un manto gigante, cuando Leo desenfunda el “hola” atrasado 4 años para el tren en retiro. Todos bajan y él camina velozmente detrás de ella, ensayando el "hola" que Gisela nunca escuchó. La multitud lo va mirando, no entiende al loco que saluda a todos y lo deja pasar entre ellos. Leo, en cambio, no pierde de vista su objetivo. Ya con menos gente y afuera de la estación, él volvió a asustarse, pero no dejó de acompañarla. Subieron juntos, pero separados, las escaleras de la plaza San Martin, al lado del Monumento a los Caídos en Malvinas. “Esas nubes siguen creciendo y los granaderos no se quedaran mucho”, analiza Leo al subir de dos en dos los escalones. Ya sobre la plaza, la deja alejarse unos metros para admirar su cuerpo en la inmensidad de los arboles. El momento Kodak acaba cuando un pibe le dice simpáticamente lo linda que es. Ella no se detiene, ni escuchó. Eso hace apretar el paso a Leo, hasta tenerla a dos milímetros de su brazo derecho, al comienzo de la calle Florida, al comienzo de la declaración de amor más sincera y veloz, que duró desde Florida y Marcelo T. de Alvear hasta Florida y Corrientes.

“Hace más de cuatro años que te observo desde el vagón 3 de la estación Urquiza. Me encantas. No hay nada que no me haga pensar en vos. Nunca me sentí así ni le dije esto a nadie. Desde que te vi, supe que me ibas a volver loco. No paro de pensar en tu pelo, tu sonrisa, tu mirada. Cambié de horario en el trabajo para verte, me escapo en mi horario de almuerzo para patrullar la puerta del INDEC para ver si al menos puedo respirar tu aire. Te busque en Facebook, te sigo en Twitter, hasta encontré tu Fotolog. Sé que tenemos mucho en común, podemos vernos más seguido y hablar por horas de lo que te guste, de Gustavo Cerati, Sumo o Andy Kusnetzoff. Sé que te gusta la música, que escuchas música todo el día. Lo que quieras, sólo quiero tenerte cerca y cuidarte y no lastimarte. No como lo que leí en Facebook que tu ex te dejó, nunca lo haría. Nunca, sólo te pido una oportunidad. Mira, estoy temblando. Me muero si no me decís algo ahora. ¿Qué pensas?”.

Entonces lo miro profundamente, luego de haber estado todo el camino con la cabeza baja, en su mundo. Gisela lo tomo del brazo, se paro frente a el y sacandose los auriculares le dijo:

"Disculpame, ¿Me dijiste algo?"

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